Pero
más que una queja, quería escribir mi predicción de pitonisa. Y Curro dice: sí
por favor…
Apuesto
por los pasos que le esperan a él. Le veo abriéndose y explotando en miles de
Curritos y llenando todo el cielo, como el Big Bang. Apostaría con total
seguridad. No como cuando se leen las manos, sino como cuando se ven las cosas
que se ven. Sé que será así porque es lo que él quiere. Porque parte de un
punto de lucidez y de consciencia, sabe dónde está. Y sabe los qué, y los por
qués…los cómo ya irán llegando.
Apuesto
por Curro porque tiene la mirada limpia. Porque sufre porque no puede engañarse.
Porque se siente atrapado pero batalla para no rendirse. Porque puede hablar de
lo que siente. Porque no es orgulloso, porque sabe pedir ayuda.
Le
veo levantando las piernas por encima de los obstáculos mientras los obstáculos
se reducen y él crece hasta convertirse en un gigante que pisa montañas.
Después
de haber creído en casos rematadamente imposibles, sería una estupidez no
reconocerle.
Y
ahora por temer, puedo temer que se sienta responsable, preocupado por tener
que cumplir mi predicción. Que piense que realmente tengo algún tipo de
expectativa más allá de definir lo que quiera que sea, que escribo porque le
doy mucha importancia a todo.
19/03/2014
El
lunes apareció virtualmente el argentino, preocupado por lo de Greta.
Me
dieron ganas de estar con él y eso me trastornó mucho.
Recurro
a Ouriquito, que casualmente estaba en Skype. Él, que me conoce muy bien me
recomienda que vaya haciendo lo que vaya sintiendo, en lugar de intentar
adaptarme a algún tipo de definición preestablecida de la que ni siquiera estoy
segura. Que sea mi interior el que configure el exterior. Claro, siempre ha
sido así. El margen de negociación conmigo misma no es muy amplio. La preciosa
disociación entre yo y yo. Las cosas que me pasan por dentro no siempre se me
traducen en lo que a mí me gustaría que fueran, y después de haber subido el
escalón del poliamor, ni siquiera me siento culpable. Es como si la estabilidad
emocional fuera rematadamente inconcebible para mí. Como si tuviera algún tipo
de remolino interior más fuerte que yo, al que no me queda otra que rendirme.
Vale,
pues ya está. No sé por qué me apetece el argentino estando tan rematadamente
bien con Curro. Pero lo asumo.
El
lunes por la tarde, el argentino vuelve al ataque. Me pregunta si tengo planes
para el fin de semana. No, no los tengo. Entonces lanza una proposición
realmente sorprendente: pasar el fin de semana conmigo. Yo me quedo un poco en
shock y le hablo de Curro y concluyo que mañana le digo. Me explica que no
tiene conciertos ni ensayos. Que le apetece acompañarme. Que en Junio se irá a
Mallorca y pasará todo el verano allá.
El
dilema me parte por la mitad.
Curro
me ha dicho que estará ocupado todo el fin de semana, pero decido
reconfirmarlo. Le digo que me están proponiendo planes, pero que él tiene
prioridad. Él la agradece y contesta: planea, planea. Lo que me indigna
terriblemente, sin entender muy bien por qué.
Le
comento a mi amigo el payaso culipardo un poco por encima la situación y casi
automáticamente me contesta: lo que te enfada es la mentira.
Y
entonces se abre el segundo debate; ¿debo de confesarle la historia a Curro, o
no?
Pienso
que para poder entender algo, la información relevante sería toda mi
trayectoria vital con el argentino. Entonces se vería claramente por qué la
preferencia es de Curro y cuál es la diferencia en mi relación entre ambos. Y
precisamente por eso, pienso que mi apetencia argentina no tendría por qué
poner en absoluto en entredicho mi relación con el otro.
Entre
una cosa y otra, recibo el evento del eterno finde del Hombre Bala. Se titula
“En buena compañía” y el textito dice así: “Este finde va a ser muy fácil estar
en buena compañía. Leyendo abajo, está asegurado”. Y después de la
programación, la típica cita de cierre: "Estar en compañía no es estar con
alguien, sino estar en alguien"
La
cita se me atraganta. La releo una y otra vez. No quiero dedicar ni un poco de
energía a la locura de Hector, ni a pensar en si las casualidades lo son, ni en
cómo coño sería posible que no lo fueran. La conclusión, antigua, es evidente:
este hombre no le hace bien a mi cabeza. Y sin pensarlo dos veces, entro en las
páginas del bar y las elimino para no ser amiga de ellas.
Hecha
un lío, llamo a Anthony. Anthony es fan de Curro y odia a muerte al argentino.
Es algo muy curioso y muy absurdo que pasa a veces entre personajes, a partir
de mis relatos, se admiran y se enamoran o se enemistan y se odian los unos a
los otros aunque no se conozcan entre ellos.
Anthony
es una figura importante en mi vida porque representa la razón y la
convencionalidad. Lo socialmente correcto. Así que me mete una bronca
considerable y como de costumbre, empieza a poner a parir al argentino. Ese
hombre hace contigo lo que quiere y no te das cuenta y ese es el problema, me
pelea.
Yo
discrepo: el problema es que ahora mismo a mí me apetece que haga conmigo lo
que quiera. Que me da igual, vaya.
Pero
en lo que sí estamos de acuerdo, es en que el próximo lunes en el café no soportaré
sentarme delante de Curro y contarle un fin de semana ficticio. Que no puedo
empezar nada con nadie mintiendo y fingiendo ser la que no soy, y menos con él.
Anthony dice que pese a mi complicación innata, mi honestidad debería de ser un
punto a mi favor. Que cualquier mujer “normal” haría lo que le pidiera el
cuerpo y luego mentiría y se quedaría tan fresca.
Así
que ya está todo resuelto: haré lo que me dé la gana, y encima llamaré a Curro
y se lo contaré.
El
martes viajo al país del viento a la playa con Anthony. Él se ha levantado
temprano y lleva toda la mañana preparando sushi. El día está precioso, sin
casi viento. En su nevera, también carga con una botella de vino. No ha
olvidado la cubitera, pero si las copas. Desnudos a los pies de la montaña,
comemos y bebemos el vino a morro. Yo le cuento con calma la última semana. Le
hablo de la locura de mi familia, de la muerte de Javi y de su cara sonriendo
desde el ataúd. De la discusión con mi padre, del veterinario especialista en
cabras llamando a su colega especialista en perros, al que tampoco se le ocurre
la solución que yo comento porque me la ha chivado mi peluquero. De la odisea
para encontrar la insulina. A ratos lloro. Le hablo de la expresión de Macarena
al enterarse de que Greta ya no está, y de nuestro debate sobre la eutanasia.
El
sol acaricia. Hablamos de Curro y del Argentino y su visión va cambiando de
color. Dice que ahora yo estoy triste y que merezco estar con alguien que me
cuide. Para relativizarlo todo, le explico que igual que él no comprende mi
relación con el argentino porque no es corriente, por ejemplo Curro no tendría
por qué comprender nuestra relación. Y me hace gracia porque para Anthony, mi
relación con Anthony es perfectamente normal. La gente no queda con su ex para
desnudarse al sol y beber vino a morro, le aclaro. “Ya, pero nosotros no
follamos”.
¿Y
qué más dará?
Le
explico que lo que hacemos entre nosotros,
solamente lo sabemos nosotros. Y me pregunto hasta dónde la intimidad no
es también en cierto modo sexo. Como Casilda dice: Todo placer es sexual.
Caminamos
y nos metemos dentro de la montaña, en una de las calitas de piedra blanca. La
arena roja, el cielo azul.
Llamada
de Curro. Yo considero importante que nos veamos para hablar de todo el asunto,
pero él contesta que terminaría tarde esa noche y el miércoles terminará no sé
a qué hora y que el jueves a no sé qué otra hora y que luego ya se va todo el
fin de semana.
Ya.
Él
mismo se da cuenta de cómo suena, y haciendo un esfuerzo, propone un café
mañana a las doce.
Al
colgar, Anthony comenta: no hay mucho espacio para ti en su vida… Y luego
bromea: si te tomas el café mañana, igual ya no puedes tomarlo el lunes que
viene, porque se pasa el cupo.
Todos
tenemos miedo, reflexiono yo. Cuando empecé a salir con Anthony, él me decía
que no podía quererme porque tenía un negocio. No sería raro que Curro dijera
que no puede quererme porque es músico, o porque tiene una hija. El argentino
no puede quererme porque no puede querer a nadie. Yo también tengo miedo de
querer a Curro, y tal vez todo se resuma con eso.
Yo
no creo que Curro no tenga tiempo para mí: no lo tiene para sí mismo. Él dice
que Einstein dice que cuanto más rápido se camina, más despacio pasa el tiempo.
Pero yo creo que Einstein se equivoca. La prisa genera prisa y el correcorre
consume energía y consume tiempo, y nos atropella y nos impide estar con
nosotros mismos y darnos cuenta de cosas básicas; como de qué sentimos o de que
todo está bien, y de que algunas cosas no dependen de lo mucho que corramos.
Tendemos a relacionar el rendimiento con el estrés y a veces incluso el estrés
con la responsabilidad. Una persona tranquila y parsimoniosa no parece tan
seria/competente ni tan decidida como una persona agobiada. Estamos todos
locos.
Hector
decía con desprecio que la gente quiere tenerlo todo, pero que a veces hay que
elegir. Yo no creo que sea una cuestión de elegir: o esto, o lo otro. Somos
conscientes de lo que nos perdemos cuando elegimos, ¿eso no nos enfada con lo
elegido? Si dejamos de ir de viaje para estar con otra persona, ¿en el fondo no
esperamos ser compensados? ¿No vamos a terminar echando en cara al otro nuestra
propia generosidad, lo que nos hemos restado por él/ella?
Yo
no entiendo por qué el tomar algo nos tiene que descontar necesariamente de
otro algo. Creo que la exclusividad tiene sentido si la elección tomada no
tiene agujeros. O mientras sientes que no los tiene. Y yo creo en esa
posibilidad (supongo que en realidad creo en todas las posibilidades) y soy
partidaria de la generosidad y de la abundancia, ya sea con uno o con varios.
Pienso
también que he trabajado mucho para sentirme merecedora. Y tal vez por eso ya
no me conformo…
Todo
esto pienso, media borracha al sol.
A
la vuelta, me apetece tomar una margarita en el sitio que Maikito me ha
recomendado. Le explico a la camarera que echarle azúcar al tequila es un
delito.
A
las seis y cuarto, caminamos hacia la parada de la guagua que no me espera y se
va. Corremos como locos calle arriba, para intentar cogerla más adelante en su
recorrido, pero nos adelanta y huye. La siguiente no pasa hasta las ocho.
Así
que volvemos a la terraza y seguimos bebiendo… Y de un modo muy extraño, con la
guagua de las ocho vuelve a repetírsenos exactamente la misma escena de la
guagua de las seis. Es rematadamente absurdo, debe de ser el alcohol.
Así
que Anthony me llevará hasta la carretera, para coger la del aeropuerto o
cualquier otra, ya lo mismo me da.
Durante
el trayecto chateo con mi amigo el del Denia y le cuento mi día. Él está
intentando traspasar su empresa en Madrid para irse a vivir definitivamente a
su montaña mágica. Quiero ser como tú, me dice. Quiero irme a vivir al Montgó,
a tomar sushis y margaritas y a perder guaguas. Quiero perder muchas guaguas,
cuántas más mejor. Quiero ser como tú cuando eres simple y estable y no eres
peligrosa, y cuando no te mortificas y le das mil vueltas a las cosas.
¿Eso
existe? ¿Eso sería yo?
07/ 05/2014
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