Querida Antonella:
Tu novio quiere follar conmigo.
Estoy harta de ser la amante y de que teniendo un papel tan
difícil y tan injusto, encima siempre sea yo la mala de la película. Estoy
harta de que las mujeres siempre seamos tan poco empáticas entre nosotras
mismas, tan competitivas, tan rivales.
¿Por qué cuando nuestra pareja nos engaña es más sencillo
culpar a la amante que hacer realmente frente a la traición del hijo de puta
que nos ha traicionado?
¿Nunca nos hemos visto en el lugar de ella?
Cabe la posibilidad de conocer a alguien que nos atrae
muchísimo y al que también atraemos. Entonces él nos cuenta una historia en el que
normalmente su mujer no sale muy bien parada. Nos dice que su relación se ha vuelto
un infierno, y por eso nos parece que tiene sentido que se hayan fijado en
nosotras. Nosotras les escuchamos, les creemos, les comprendemos. A veces nos convencen incluso de que están a punto de romper. Y a veces caemos.
Estamos siendo igual de engañadas que las esposas
tradicionales, pero en realidad es casi peor.
Nadie sabe que existimos, así que
no tenemos derecho a nada. La amante lo sabe todo, por lo que es la más
paciente, la más comprensiva, la más generosa. Entiende que tiene que compartir
a su amado hasta que él, el pobre, consiga resolver su situación con su mujer que pese a
que es una pesada, por supuesto está en primer lugar junto con los niños, el
trabajo y todo el mundo de obligaciones rutinosas. Nunca esperamos nada a
cambio.
Antonella, yo no me he acostado con tu novio. No quise.
O más bien, no pude, porque en realidad sí que me apetecía.
Pero el día que vino a casa dispuesto yo me quedé bloqueada y menos mal, porque
ahora me he dado cuenta de que no era de fiar y te voy a
contar por qué:
Nosotros hablábamos a diario sobre todo mientras él
trabajaba. Pero el sábado, que fue su día libre de la semana pasada apagó el
teléfono del trabajo todo el día. Evidentemente para prestarte atención a ti,
lo que me parece muy bien. El domingo yo dejé mi teléfono en casa y me fui todo
el día a la playa, y de noche al regresar él ya me había escrito. Empezamos a
hablar y me preguntó cuánto me había acordado de él. Cuánto le había echado de
menos.
Entonces me di cuenta de que eso era lo que él esperaba. Que yo,
enamorada, estuviera en casa extrañándole mientras él se dedicaba a su familia.
El papel que él (como tantos otros) considera que me corresponde es ese; que yo
“sufra” mientras él “disfruta” hasta que pueda volver a atenderme. He leído
entrelíneas su orgullo, como si su ego se alimentara de mi supuesto mal rato.
Como si el hecho de que yo me hubiera sentido mal, sirviera para que él se
sintiera mejor. ¿Qué tipo de amor o siquiera de aprecio es ese?
Yo le expliqué que no quería dedicarme a echarle de menos,
que prefiero intentar alegrarme de sus alegrías. Que se centrara en ti y en su
relación contigo. Le dije que yo no quería rellenar una carencia de ustedes,
que no me parecía que tuviera sentido vivir pensando románticamente en él
porque yo también necesito espacio mental para tener la posibilidad de generar
mi propia familia.
Contestó que me entendía y que algún día nos casaríamos, pero
al día siguiente me enviaba la foto de su polla, me informaba de que podría
terminar a las doce y me invitaba consecuentemente a un “pepinazo cósmico”.
Creo que somos nosotras mismas las que permitimos que estas
situaciones se den, entre otras cosas porque no fidelizamos entre nosotras. Nos
aterra romper el silencio y compartir nuestras versiones, prevalecen las culpas
y los miedos.
Ellos tampoco nos lo ponen fácil. Si sospechan que estamos
dispuestas a hablar, preguntan qué queremos a cambio del silencio. Porque en el
mundo al revés decir la verdad es eso: o una amenaza, o una venganza. Y se
preguntan por qué, para qué.
A veces se ponen de víctimas… ¿Por qué quieres hacer daño? Y otros,
muy cabrones, se encargan de anticiparse y hacer una campaña publicitaria
negativa; “Si viene la loca esta a contarte que sepas que es eso, una loca”.
Pues sí. En el mundo al revés creer en realidades diferentes implica
estar loca. Estar cuerda sería asumir que no es asunto mío, además sería lo más
cómodo y no correría el riesgo de que pienses de mí todo lo que te pueda estar
pasando por la cabeza. Pero resulta que tu relación con él me incumbe porque
influye directamente en el rol que él pretendía que yo desempeñara.
Me incumbe porque muy probablemente me hubiera engañado
también a mí.
Me incumbe porque no quiero sentirme utilizada, porque me
parece importante al menos que ellos empiecen a valorar que la posibilidad de
que nos apoyemos entre nosotras también cabe, de que no somos tan imbéciles. Creo
que las mujeres deberíamos de abolir la ley que dice que tenemos que callarnos
y que desconfiemos las unas de las otras.
Asústense: tenemos el don de la palabra. Existen las redes
sociales, los wasaps con todas las conversaciones guardaditas, los contactos en
común.
Y yo lejos de amenazar, aviso: La próxima vez que me vuelvan
a enviar la foto de una polla, prometo publicarla en el periódico.
Discúlpame, Antonella si no querías enterarte. Muchas veces
el problema es ese.
Un abrazo fuerte,
Marta