Después de haberme identificado tantísimas veces con lo que siento, ha llegado a mí un tal Mark Mason (http://markmanson.net/risk) con el siguiente artículo. Me ha parecido un contraste interesante compartir con él la idea de la revolución fundamental desde perspectivas tan dispares y me he animado a adaptarlo:
Cómo romper corazones y correr el riesgo de perderlo
todo
Cuando yo era joven, cada vez que mi familia tenía un
aparato de video o un equipo de música nuevo, yo presionaba cada botón,
enchufaba y desenchufaba todos los cables solamente para ver qué sucedía. Con el tiempo, aprendí cómo funcionaba todo. Y precisamente porque sabía cómo funcionaba todo, a menudo era la
única persona en casa que utilizaba los aparatos. Al igual que en muchas
familias, mis padres me miraban como si yo fuera una especie de prodigio. Como
podía programar la videograbadora sin mirar el manual de instrucciones,
me veían como a una reencarnación de Tesla. Negaban con la cabeza y me
preguntaban: "¿Cómo se utiliza esta cosa?", Y yo sólo me encogía de
hombros porque no entendía la pregunta. Hay botones. Los presionas y
observas qué pasa. Con el tiempo, se aprende a
presionar los correctos.
Es fácil mirar a la generación de mis padres y reírse
de su tecnofobia. Pero cuanto más me adentro en
la edad adulta, más me doy cuenta de que todos tenemos áreas de nuestra vida en
las que somos como mis padres con el nuevo reproductor de vídeo. Nos sentamos y
nos preguntamos cómo, cuando en realidad es tan simple como hacerlo.
Tengo muchos mails de personas que me hacen
preguntas como esta todo el tiempo. Y durante muchos años, nunca supe qué contestarles.
Ahí está la niña cuyos padres son inmigrantes, han
esperado toda su vida para poder matricularla en la facultad de medicina. Pero ahora ya está por fin en la escuela y la odia y no quiere ser
médico, quiere dejarla. Se siente atrapada. Así que decide enviarle un correo electrónico a un extraño que
encuentra en internet y le hace una pregunta tan tonta y tan obvia como:
"¿Cómo puedo dejar la escuela de medicina?"
O el estudiante universitario que está enamorado de su
tutora que es una estudiante graduada y no puede imaginarse cruzando esa
frontera invisible que hay entre ellos. Así que se lamenta por cada señal, cada risa, cada sonrisa, cada
desviación hacia una pequeña charla, y me manda un email con una novela corta
de 28 páginas que concluye con la pregunta tonta y obvia; "¿Cómo le pido
una cita?"
O la madre soltera cuyos hijos han abandonado la
escuela y que están holgazaneando en su sofá, comiendo su comida, gastando su
dinero, sin respetar su espacio ni su intimidad. Ella quiere que sigan adelante con sus vidas. Ella quiere seguir adelante con su vida. Sin embargo, está muerta de miedo y no sabe cómo animarles a que se
vayan, tan asustada como para preguntarme: "¿Cómo les pido que se vayan?"
Desde el exterior, la respuesta es simple: sólo
cállate y hazlo. Pero desde el interior, cada una de estas personas
sienten estas preguntas increíblemente complejas, como enigmas existenciales
envasados en un cubo de Rubik.
Yo llamo a estas preguntas VCR. Son divertidas porque parecen
difíciles para la persona que las tiene y fáciles para cualquier persona que no
las tiene.
El problema aquí son nuestras emociones. Llenar la documentación apropiada para abandonar la escuela de
medicina es una acción sencilla, pero romper los corazones de sus padres no lo
es. Pedirle a un tutor una cita es tan simple como decir las palabras,
pero arriesgarse a pasar un rato de vergüenza corriendo el riesgo a ser
rechazado, es mucho más complicado. Pedirle a alguien que se marche
de tu casa es una decisión clara, pero la sensación de que estás abandonando a
tus propios hijos no lo es.
Luché contra la ansiedad social durante la mayor parte
de mi adolescencia y la vida adulta. Durante muchos años, la idea de hablar con un desconocido -
especialmente si ese extraño me resultaba particularmente atractivo / interesante
/ inteligente – parecía imposible para mí. Estuve durante años haciéndome miles de preguntas VCR a mí mismo:
"¿Cómo? ¿Cómo puedo ir caminando y hablar con una persona? ¿Cómo puede alguien hacer eso? "
Tuve todo tipo de prejuicios acerca de esto, como que
no estaba permitido hablar con alguien sin un motivo de peso, o que las mujeres
pensarían que era un violador espeluznante por decirles "Hola."
El problema es que mis emociones definen mi realidad. Como me parecía que la
gente no quería hablar conmigo, llegué a creer que la gente
no quería hablar conmigo. Y por lo tanto, mi pregunta
VCR era, "¿Cómo se puede hablar con alguien?"
Debido a que no podía separar lo que sentía de lo que
era, yo era incapaz de dar un paso fuera de mí mismo y de ver el mundo como lo que
era: un lugar sencillo en el que dos personas pueden caminar el uno hacia el
otro en cualquier momento y hablar.
He escrito largo y tendido antes sobre cómo de poco
fiables son a menudo nuestras propias mentes. Las emociones son tan poco
fiables como nuestros cerebros. Nuestro corazón es tan capaz de engañarnos como nuestra cabeza. Sólo porque algo es percibido como malo, no significa
que sea malo. Sólo porque algo da miedo,
no significa que sea aterrador. Sólo
porque alguien parece como un douchecanoe ensimismado, no significa
que sea un douchecanoe ensimismado.
Con demasiada frecuencia, nos dejamos llevar por
nuestras emociones. Nos fusionamos con ellas. Somos ellas. Están tan arraigadas en
nosotros, que son parte de nuestro lenguaje. Decimos: "Tengo miedo," en lugar de
"yo siento miedo." Decimos: "Tú eres malo,"
en lugar de "Me parece que estás siendo malo." La compra al por mayor de nuestras propias emociones - sin
escepticismo, sin repreguntas - provoca un narcisismo insidioso dentro de
nosotros. La persona que está siempre obsesionada con
sus propios sentimientos es una persona que es incapaz de mirar más allá de sí
misma, una persona que es incapaz de valorar las perspectivas y los sentimientos
de los demás.
Nuestra cultura refuerza esta forma sutil de egoísmo,
esta identificación constante con los sentimientos y el deseo de sentirse mejor.
Pero sentirse mejor no es necesariamente
ser mejor. Esta falacia está presente en
nuestros anuncios, en nuestros discursos políticos, en nuestras películas y la
literatura, en nuestra industria de la autoayuda. Si te sientes mal,
entonces es malo. Si te sientes bien, entonces es
bueno. "Guíate por tu intuición."
"Escucha a tu estómago." "Sigue a tu corazón." "Vive
para hoy".
Estos clichés contaminan nuestro espacio mental y nos
limitan a los proyectos simples y pequeños de nuestro bienestar general. Ellos nos reducen sólo a lo que sentimos, haciendo caso omiso de
todo lo que somos.
Tú puedes sentir ira contra tu madre, pero que la ira
no defina tu relación con ella. Tú puedes sentirte ansioso acerca de hacer un
cambio en tu vida, pero que la ansiedad no defina tu vida. Tú puedes sentirte culpable por poner límites, pero que la culpa
no defina quién eres.
Tú no eres tus emociones, eres algo más grande. Debemos de aprender la capacidad de permanecer independientes de lo
que sentimos.
El día que me levanté y fui a hablar con esa persona
al otro lado de la habitación con la que quería hablar, fue el día en el que
aprendí a dejar de decir, "No puedo hablar con nadie", y en su lugar
dije: "Me siento como si no pudiera hablar con nadie." Esta simple
decisión; identificar mi emoción como algo separado de la realidad, me permitió
entonces rechazarla, al decir: "Me siento como si nadie quisiera hablar
conmigo, pero esa sensación podría estar equivocada. Vamos a ver”.
Las emociones son importantes, no me malinterpreten. Te sientes mal por el abandono de la escuela de medicina y por
romper los corazones de tus padres por una razón: Es una mierda.
Pero a la hora de elegir qué hacer con tu vida, las
emociones no pueden ser tus únicas razones. Siente tus emociones, pero no permitas que te definan.
Se trata de reconocer la sensación y luego actuar
sobre la base de algo más que el sentimiento.
Las emociones son útiles. Pero son nuestras sugerencias biológicas, no mandamientos.
Cuando estaba en la escuela primaria, tuve una
profesora llamada señora Weeks. Cada vez que le preguntaba si podía ir al baño, ella me miraba
divertida y me decía de una forma muy condescendiente: "No sé,
¿puedes?"
Era molesto, pero había en su pregunta una lección
importante que me quedó grabada: Hay una
diferencia entre lo que somos capaces de hacer y lo que nos permitimos hacer. Con frecuencia no reconocemos esa diferencia.
Mis padres nunca superaron su problema con la
grabadora de vídeo, ya que tenían demasiado miedo de romper algo caro y de
avergonzarse a sí mismos. Así que nunca se dieron cuenta
de que eran perfectamente capaces de utilizarlo. Durante muchos años, nunca me
permití hablar libremente a los demás porque me sentía como si yo no fuera lo suficientemente
bueno para ellos.
Mañana, en algún lugar del mundo, alguien va a
abandonar la escuela de medicina, ya que la odia, decepcionando en gran medida
a sus padres. Alguien va a enfrentarse a sus
hijos no cumplidores para que finalmente se levanten del sofá y salgan. Alguien va a arriesgarse y a pedir una cita a su tutora sexy. Todas estas personas conocerán la decepción inminente y el juicio
cuando lo hagan. Sus cuerpos se congelarán. Sus mentes desearán gritar. Sus manos temblarán. Se sentirán como si su vida se acaba ese día, y permanecerán de
pie observando cómo el cielo se rompe encima de ellos y se cae. Pero también sabrán, en algún lugar dentro de sí mismos, ya sea
consciente o inconscientemente, que simplemente por sentirse así no implica que
sea así. Que nuestras emociones y nuestras agonías, como todo lo demás en este
mundo, también pasarán y se disiparán. Que a pesar de correr el riesgo
de todo, ellos no están arriesgando nada.
Y como lo saben, van a ir a por ello. Romperán corazones, escucharán los gritos. Se romperá el cielo y quedarán bajo la luna en silencio.
Ellos serán mejores personas.
mi DVD está roto...
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