martes, 11 de noviembre de 2014

Recortando coordenadas





Mi exmaridomix observa cómo la luna llena se convierte en sol mientras espera a que yo le coja el teléfono. Después me explica que vendrá a visitarme en bicicleta, por el fondo del mar. Pedaleando con botella de oxígeno esquivando a los meros, ha dicho. Entonces los arcoíris aparecen y son puertas circulares y giratorias que se abren solas. El tiempo se dobla en las servilletas de papel, y con cada pliegue surge una dimensión nueva, caleidoscópica.

Como los ejes cronológicos no son lineales, el pasado no se queda quietito en su sitio. El futuro tiene infiltraciones, y se dan los salvoconductos y los espejos.

Nos empeñamos en vivir como si existieran el orden y el desorden, arriba y abajo, derecha e izquierda. Los vivos y los muertos. La realidad y la ficción. Pero eso es sólo una manera de organizarnos, de creernos que entendemos algo, de sentirnos en control. Los locos, los niños y los extraterrestres lo saben. Y por eso los tratamos con desprecio; porque cuestionan la estructura que nos da seguridad.

Sin necesidad de definir ni de explicarme, celebro el querer ser amplia y abarcar todas las posibilidades. Perdiendo de vista los esquemas, los márgenes, el miedo. Celebro que los colores se mezclen con el entorno, como las acuarelas sobre las servilletas, 
celebro las constelaciones, las telas de araña, los mandalas, los rizomas, las redes.
Las sumas, las multiplicaciones y las potencias.

Tal vez todo dependa de la importancia que le damos a las coordenadas; si preferimos seguir las externas o si somos capaces aún de escuchar las internas.
Para sobrevivir al maravilloso caos universal, necesito estados hipnóticos largos como el letargo de los animales que invernan o que se metamorfosean en otro, y me lo permito.
Quiero desaparecerme en el calor con lentitud.
Me lo permito.