Vivo en un mundo cómplice del
maltrato.
Un mundo en el que cuando la víctima
se queja, la mala es ella. Y sí, ella. Porque la realidad de los hombres
maltratados ni siquiera existe.
Las feministas me sacan las uñas
cuando les digo que sí que existen, que yo los he visto… Por algún extraño
motivo además me los encuentro con frecuencia. Igual que las mujeres
maltratadas, son hombres con falta de amor propio, que casi se sienten
culpables por existir. Están muertos de miedo, temen expresar lo que sienten,
lo que les duele. Denunciar su propia injusticia es ciencia ficción, prefieren
fingir que no existe, echarse la culpa ellos, justificar al otro, recordar todo
lo bueno, perdonar de antemano sin discutir.
Vivo en un mundo en el que además las
emociones se educan. Para colocarlas todas ordenaditas y que no ensucien el mantel,
que si no damos mala imagen, oiga.
Rebusco el textito de Casilda en el
que explica que lo negativo es lo que genera esa emoción. Que si me hieren con
engaño es normal que sienta enfado y rabia. Y hay quien dirá que sí, pero que
seamos educados: cerremos las bocas.
Y es que en los colegios no nos
enseñan a autorregularnos. Las clases de educación emocional en realidad son
para aprender a inhibir esas emociones « negativas » (que en realidad
sería como inhibir el riñón o el hígado) y con ellas la resistencia y la rebeldía frente a las agresiones de quienes
están jerárquicamente por encima nuestra.
Así que si
has sufrido maltrato, y eres un hombre y encima has nacido en este mundo, estás
bastante jodido. (Y si la que te maltrata es una feminista, ya ni te cuento).
Pero
entonces aparezco yo. Yo soy la justiciera del oeste.
La que mete
el dedo en la llaga.
Estudié
hasta los dieciséis años en un colegio raro en el que podíamos gritar.
Siendo muy jovencita entendí que mis emociones eran muy dignas de ser
respetadas y que no me quedaría más remedio que confiar en ellas, por muy mal
que quedara en la foto. Si me enfado grito, si sufro lloro. Lloro mucho, mares
enteros. Si me jodes, te odio.
No soy
rencorosa, siempre tiendo puentes. Entiendo la importancia de hablar, de hacer
todos los esfuerzos que sean necesarios por comprender al otro.
No suelo
aparecer por casualidad.
Y por eso,
me tropecé con Pablito.
Pablito.
Cuya novia
llevaba siglos engañándole en su cara con otro y boicoteando cualquier tipo de
conversación en la que saliera el tema. Un Pablito torturado, sin autoestima,
acorralado sin saber hacer frente a una situación que le generaba dolor. Un
Pablito que no sabe defenderse, que teme sobre todas las cosas contrariar al
otro. Un Pablito que no cree que lo que siente merezca ser puesto encima de la
mesa. Me encuentro con un Pablito destrozado a causa de una relación que lo ha
hecho mierda.
¿Y quién es ella?
Ella es Belén.
A ella no la
vamos a juzgar. Solo decir que cuando ha podido tener en cuenta lo que él
sentía, no lo hizo. Que no es muy comunicativa, vaya. Que podía haber terminado
con la tortura mucho antes, pero que de algún modo quería que Pablito siguiera
estando ahí, presente.
Pablito y yo
nos enamoramos y él se dedica a cuidarme. Y a medida que le voy conociendo, me
va pareciendo más grande y vuelvo a no comprender nada… ¿Por qué un tipo tan maravilloso
y tan especial se permite ser tratado así?, ¿por qué se falta al respeto él
mismo y de ese modo?
Pablito
quiere proteger a Belén para que la pobre no sufra cuando la deje.
Pero
finalmente lo hace.
Ella como
respuesta y para variar, se levanta y se va.
Y ahí me lo
deja, como siempre, con el rabo entre las piernas. El miedo ahora es otro: que
la tipa sepa que yo existo, porque se lo puede tomar mal, claro.
¿Se lo puede
tomar mal?
¿Tiene
derecho a tomárselo mal?
¿Tiene algún
tipo de consciencia alguno de los dos de lo que ha pasado realmente? ¿O es que
con el empeño de no hablar, de no ver, de no hacer frente, se les ha olvidado
un poco de qué iba la película?
¿Tiene algún
tipo de importancia en la historia el daño de Pablito?
El daño de
Pablito solo me duele a mí.
Me duele.
Solo quiero
verlo yo, decir que está ahí, que existe.
Lo sé porque
le quiero.
Porque todo
lo que no ha podido hablar con ella, lo habla conmigo. Durante horas y horas…
El daño de
Pablo es importante.
Porque
además no es solo suyo, es el daño de un montón de hombres con miedo a
reconocer que sufren, es un daño emocional en un mundo en el que no podemos
hablar de daño emocional, ni pegar un grito y mandar al otro a tomar por culo,
porque es un alarde de emoción negativa.
Es el daño de la pasividad, de la sumisión.
Es el daño,
tal y como él dice « de hacernos los locos ».
Y yo no me
hago la loca: yo estoy loca.
Querer a
alguien que no se quiere es tremendo.
Así que, en
definitiva, y para no hacer daño a la pobre Belén, que debe de estar
revolcándose con el otro por ahí, (porque el daño de ella sí que es importante),
Pablito prefirió esconderme.
Yo pensaba
que tardaba tanto en hacerlo porque quería encontrar un buen momento para poder
quedar con ella y volver a intentar decirle las cosas que necesita decir, y
poder pasar página y poder caminar tranquilamente por el supermercado cogidos
de la mano sin miedo a que ella pudiera aparecer.
Pero le teme
tanto, teme tanto decepcionarla, que se lo ha dicho escuetamente por wasap.
Ella por
supuesto que está dolida.
Y yo,
también.