Yo practico el amor libre: amo a
mi marido porque me da la gana.
Que solo faltaba que tuviera que
justificarme por querer estar como hayamos decidido con quien yo haya decidido.
A estas alturas.
Si escribo sobre el poliamor soy
una tipa de la que nadie es capaz de fiarse. Si confieso como la Pantoja que he
conocido a alguien cuyo calor extraño, soy una contradictoria y una retrógrada.
Amigos que en realidad nunca lo fueron desaparecen.
Estoy tan sola como siempre, intentando vivir las
cosas sin dogmas ni normas, afinando la brújula interna como si fuera un
instrumento musical de cuerda muy antiguo, como el del interior de las
ballenas.
Orientarme, comunicarme.
Pese a la pesadilla de los zombis
que siguen soporíferos queriendo hacer daño, y al agotamiento exhaustivo de las
injusticias, estamos de fiesta. Encendemos todas las luces, todas las llamas. Celebramos;
el agradecimiento vital es generoso y adictivo. Y es, además, el mejor arma contra
la basura que de vez en cuando nos ponen
delante, como para ver si se nos revuelven las tripas y nos desencaminamos.
Practico la indiferencia de las
ranas que cantan felices en los charcos hacia los que se sublevan contra el
canto de las ranas en los charcos… Si alguien se opone, que se oponga; las quejas
por escrito, no vamos a leerlas.
Me abrazo al regalo que ha
llegado envuelto en capas de casualidades. Con sus manos suaves y su corazón
enorme me canta canciones de cielos y lunas y lechugas y vacas. Ojos que se
conectan desde dentro, palabras que sobran: Mi marido me ama porque le da la
gana.