viernes, 6 de enero de 2017

Maltrato



Vivo en un mundo cómplice del maltrato.
Un mundo en el que cuando la víctima se queja, la mala es ella. Y sí, ella. Porque la realidad de los hombres maltratados ni siquiera existe.
Las feministas me sacan las uñas cuando les digo que sí que existen, que yo los he visto… Por algún extraño motivo además me los encuentro con frecuencia. Igual que las mujeres maltratadas, son hombres con falta de amor propio, que casi se sienten culpables por existir. Están muertos de miedo, temen expresar lo que sienten, lo que les duele. Denunciar su propia injusticia es ciencia ficción, prefieren fingir que no existe, echarse la culpa ellos, justificar al otro, recordar todo lo bueno, perdonar de antemano sin discutir.
Vivo en un mundo en el que además las emociones se educan. Para colocarlas todas ordenaditas y que no ensucien el mantel, que si no damos mala imagen, oiga.
Rebusco el textito de Casilda en el que explica que lo negativo es lo que genera esa emoción. Que si me hieren con engaño es normal que sienta enfado y rabia. Y hay quien dirá que sí, pero que seamos educados: cerremos las bocas.
Y es que en los colegios no nos enseñan a autorregularnos. Las clases de educación emocional en realidad son para aprender a inhibir esas emociones « negativas » (que en realidad sería como inhibir el riñón o el hígado) y con ellas la resistencia y la rebeldía frente a las agresiones de quienes están jerárquicamente por encima nuestra.
Así que si has sufrido maltrato, y eres un hombre y encima has nacido en este mundo, estás bastante jodido. (Y si la que te maltrata es una feminista, ya ni te cuento).
Pero entonces aparezco yo. Yo soy la justiciera del oeste.
La que mete el dedo en la llaga.
Estudié hasta los dieciséis años en un colegio raro en el que podíamos gritar. Siendo muy jovencita entendí que mis emociones eran muy dignas de ser respetadas y que no me quedaría más remedio que confiar en ellas, por muy mal que quedara en la foto. Si me enfado grito, si sufro lloro. Lloro mucho, mares enteros. Si me jodes, te odio.
No soy rencorosa, siempre tiendo puentes. Entiendo la importancia de hablar, de hacer todos los esfuerzos que sean necesarios por comprender al otro.
No suelo aparecer por casualidad.
Y por eso, me tropecé con Pablito.
Pablito.
Cuya novia llevaba siglos engañándole en su cara con otro y boicoteando cualquier tipo de conversación en la que saliera el tema. Un Pablito torturado, sin autoestima, acorralado sin saber hacer frente a una situación que le generaba dolor. Un Pablito que no sabe defenderse, que teme sobre todas las cosas contrariar al otro. Un Pablito que no cree que lo que siente merezca ser puesto encima de la mesa. Me encuentro con un Pablito destrozado a causa de una relación que lo ha hecho mierda.
¿Y quién es ella? Ella es Belén.
A ella no la vamos a juzgar. Solo decir que cuando ha podido tener en cuenta lo que él sentía, no lo hizo. Que no es muy comunicativa, vaya. Que podía haber terminado con la tortura mucho antes, pero que de algún modo quería que Pablito siguiera estando ahí, presente.
Pablito y yo nos enamoramos y él se dedica a cuidarme. Y a medida que le voy conociendo, me va pareciendo más grande y vuelvo a no comprender nada… ¿Por qué un tipo tan maravilloso y tan especial se permite ser tratado así?, ¿por qué se falta al respeto él mismo y de ese modo?
Pablito quiere proteger a Belén para que la pobre no sufra cuando la deje.
Pero finalmente lo hace.
Ella como respuesta y para variar, se levanta y se va.
Y ahí me lo deja, como siempre, con el rabo entre las piernas. El miedo ahora es otro: que la tipa sepa que yo existo, porque se lo puede tomar mal, claro.
¿Se lo puede tomar mal?
¿Tiene derecho a tomárselo mal?
¿Tiene algún tipo de consciencia alguno de los dos de lo que ha pasado realmente? ¿O es que con el empeño de no hablar, de no ver, de no hacer frente, se les ha olvidado un poco de qué iba la película?
¿Tiene algún tipo de importancia en la historia el daño de Pablito?
El daño de Pablito solo me duele a mí.
Me duele.
Solo quiero verlo yo, decir que está ahí, que existe.
Lo sé porque le quiero.
Porque todo lo que no ha podido hablar con ella, lo habla conmigo. Durante horas y horas…
El daño de Pablo es importante.
Porque además no es solo suyo, es el daño de un montón de hombres con miedo a reconocer que sufren, es un daño emocional en un mundo en el que no podemos hablar de daño emocional, ni pegar un grito y mandar al otro a tomar por culo, porque es un alarde de emoción negativa.
 Es el daño de la pasividad, de la sumisión.
Es el daño, tal y como él dice « de hacernos los locos ».
Y yo no me hago la loca: yo estoy loca.
Querer a alguien que no se quiere es tremendo. 
Así que, en definitiva, y para no hacer daño a la pobre Belén, que debe de estar revolcándose con el otro por ahí, (porque el daño de ella sí que es importante), Pablito prefirió esconderme.
Yo pensaba que tardaba tanto en hacerlo porque quería encontrar un buen momento para poder quedar con ella y volver a intentar decirle las cosas que necesita decir, y poder pasar página y poder caminar tranquilamente por el supermercado cogidos de la mano sin miedo a que ella pudiera aparecer.
Pero le teme tanto, teme tanto decepcionarla, que se lo ha dicho escuetamente por wasap.
Ella por supuesto que está dolida.
Y yo, también.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Querida Antonella


Querida Antonella:

Tu novio quiere follar conmigo.
Estoy harta de ser la amante y de que teniendo un papel tan difícil y tan injusto, encima siempre sea yo la mala de la película. Estoy harta de que las mujeres siempre seamos tan poco empáticas entre nosotras mismas, tan competitivas, tan rivales.
¿Por qué cuando nuestra pareja nos engaña es más sencillo culpar a la amante que hacer realmente frente a la traición del hijo de puta que nos ha traicionado?
¿Nunca nos hemos visto en el lugar de ella?
Cabe la posibilidad de conocer a alguien que nos atrae muchísimo y al que también atraemos. Entonces él nos cuenta una historia en el que normalmente su mujer no sale muy bien parada. Nos dice que su relación se ha vuelto un infierno, y por eso nos parece que tiene sentido que se hayan fijado en nosotras. Nosotras les escuchamos, les creemos, les comprendemos. A veces nos convencen incluso de que están a punto de romper. Y a veces caemos.
Estamos siendo igual de engañadas que las esposas tradicionales, pero en realidad es casi peor. 
Nadie sabe que existimos, así que no tenemos derecho a nada. La amante lo sabe todo, por lo que es la más paciente, la más comprensiva, la más generosa. Entiende que tiene que compartir a su amado hasta que él, el pobre, consiga resolver su situación con su mujer que pese a que es una pesada, por supuesto está en primer lugar junto con los niños, el trabajo y todo el mundo de obligaciones rutinosas. Nunca esperamos nada a cambio.
Antonella, yo no me he acostado con tu novio. No quise.
O más bien, no pude, porque en realidad sí que me apetecía. Pero el día que vino a casa dispuesto yo me quedé bloqueada y menos mal, porque ahora me he dado cuenta de que no era de fiar y te voy a contar por qué:
Nosotros hablábamos a diario sobre todo mientras él trabajaba. Pero el sábado, que fue su día libre de la semana pasada apagó el teléfono del trabajo todo el día. Evidentemente para prestarte atención a ti, lo que me parece muy bien. El domingo yo dejé mi teléfono en casa y me fui todo el día a la playa, y de noche al regresar él ya me había escrito. Empezamos a hablar y me preguntó cuánto me había acordado de él. Cuánto le había echado de menos.
Entonces me di cuenta de que eso era lo que él esperaba. Que yo, enamorada, estuviera en casa extrañándole mientras él se dedicaba a su familia. El papel que él (como tantos otros) considera que me corresponde es ese; que yo “sufra” mientras él “disfruta” hasta que pueda volver a atenderme. He leído entrelíneas su orgullo, como si su ego se alimentara de mi supuesto mal rato. Como si el hecho de que yo me hubiera sentido mal, sirviera para que él se sintiera mejor. ¿Qué tipo de amor o siquiera de aprecio es ese?
Yo le expliqué que no quería dedicarme a echarle de menos, que prefiero intentar alegrarme de sus alegrías. Que se centrara en ti y en su relación contigo. Le dije que yo no quería rellenar una carencia de ustedes, que no me parecía que tuviera sentido vivir pensando románticamente en él porque yo también necesito espacio mental para tener la posibilidad de generar mi propia familia.
Contestó que me entendía y que algún día nos casaríamos, pero al día siguiente me enviaba la foto de su polla, me informaba de que podría terminar a las doce y me invitaba consecuentemente a un “pepinazo cósmico”.
Creo que somos nosotras mismas las que permitimos que estas situaciones se den, entre otras cosas porque no fidelizamos entre nosotras. Nos aterra romper el silencio y compartir nuestras versiones, prevalecen las culpas y los miedos.
Ellos tampoco nos lo ponen fácil. Si sospechan que estamos dispuestas a hablar, preguntan qué queremos a cambio del silencio. Porque en el mundo al revés decir la verdad es eso: o una amenaza, o una venganza. Y se preguntan por qué, para qué.
A veces se ponen de víctimas… ¿Por qué quieres hacer daño? Y otros, muy cabrones, se encargan de anticiparse y hacer una campaña publicitaria negativa; “Si viene la loca esta a contarte que sepas que es eso, una loca”.
Pues sí. En el mundo al revés creer en realidades diferentes implica estar loca. Estar cuerda sería asumir que no es asunto mío, además sería lo más cómodo y no correría el riesgo de que pienses de mí todo lo que te pueda estar pasando por la cabeza. Pero resulta que tu relación con él me incumbe porque influye directamente en el rol que él pretendía que yo desempeñara.
Me incumbe porque muy probablemente me hubiera engañado también a mí.
Me incumbe porque no quiero sentirme utilizada, porque me parece importante al menos que ellos empiecen a valorar que la posibilidad de que nos apoyemos entre nosotras también cabe, de que no somos tan imbéciles. Creo que las mujeres deberíamos de abolir la ley que dice que tenemos que callarnos y que desconfiemos las unas de las otras.
Asústense: tenemos el don de la palabra. Existen las redes sociales, los wasaps con todas las conversaciones guardaditas, los contactos en común.
Y yo lejos de amenazar, aviso: La próxima vez que me vuelvan a enviar la foto de una polla, prometo publicarla en el periódico.
Discúlpame, Antonella si no querías enterarte. Muchas veces el problema es ese.

Un abrazo fuerte,

Marta





sábado, 21 de febrero de 2015

Amo a mi marido


Yo practico el amor libre: amo a mi marido porque me da la gana.
Que solo faltaba que tuviera que justificarme por querer estar como hayamos decidido con quien yo haya decidido. A estas alturas.
Si escribo sobre el poliamor soy una tipa de la que nadie es capaz de fiarse. Si confieso como la Pantoja que he conocido a alguien cuyo calor extraño, soy una contradictoria y una retrógrada.
Amigos que en realidad nunca lo fueron desaparecen.
Estoy tan sola como siempre, intentando vivir las cosas sin dogmas ni normas, afinando la brújula interna como si fuera un instrumento musical de cuerda muy antiguo, como el del interior de las ballenas.

Orientarme, comunicarme.

Pese a la pesadilla de los zombis que siguen soporíferos queriendo hacer daño, y al agotamiento exhaustivo de las injusticias, estamos de fiesta. Encendemos todas las luces, todas las llamas. Celebramos; el agradecimiento vital es generoso y  adictivo. Y es, además, el mejor arma contra la  basura que de vez en cuando nos ponen delante, como para ver si se nos revuelven las tripas y nos desencaminamos.
Practico la indiferencia de las ranas que cantan felices en los charcos hacia los que se sublevan contra el canto de las ranas en los charcos… Si alguien se opone, que se oponga; las quejas por escrito, no vamos a leerlas.

Me abrazo al regalo que ha llegado envuelto en capas de casualidades. Con sus manos suaves y su corazón enorme me canta canciones de cielos y lunas y lechugas y vacas. Ojos que se conectan desde dentro, palabras que sobran: Mi marido me ama porque le da la gana. 

viernes, 5 de diciembre de 2014

Fluidez





Lucía es invencible


Es bueno ser un pájaro
Todavía mejor ser una nube
Nâzim Hikmet, Notas de Hungría

Foto: Samo Vidic


Lucía siempre gana. Lucia siempre consigue lo que quiere. Lo dice convencida, levantando los puños. Es diminuta, pero en esos momentos nada puede contra ella.
Lucía es una pasada. Sus ojos brillan por detrás de sus gafas y nos iluminan a todos los que tenemos el privilegio de presenciar el espectáculo. Su entusiasmo vital, su alegría infinita. Se convierte de repente en serpiente que ataca, se sube a la silla y se echa un bailecito. Le apetece horizonte y abre toda la ventana, aunque llueva, y es tanto el impulso que está a punto de tirarse de cabeza. Me llama al mediodía: ¡¡¡No puedes olvidarte de traerme los rotuladores!!! Necesito hacer un zoológico con fourteen animales. Fourteen.
Cuando en lugar de Lucía se sientan delante de mí personas grises que intentan convencerme de que lo que hago no llegará nunca a nada, de que tenga miedo o de que el mundo es demasiado injusto como para creer en las utopías por las que brindo; yo me agarro a la energía multicolor de Lucía que también está en mí y deseo que salga como el chorro de una fuente que explota desde por debajo de mis costillas hacia la cara del susodicho. Con la presión de la manguera más potente de todo el parque de bomberos, para barrer con las estrategias que tratan de hacerme creer que lo que quiera que sea no es posible.
Cuando la pasión es colectiva, como en un partido de futbol, la gente no necesita hablar de por qué se levanta y grita. Todos lo hacen y saben que el otro celebra el mismo sentimiento. Pero cuando vamos solos por el mundo defendiendo y salvando causas raras y haciendo milagros porque sí, ¿cómo aclarar que lo que nos mueve no siempre se explica y que cuestionarlo es un delito y una pérdida de tiempo?
Yo soy una señora. Llevo un calcetín de cada color. Canto en las copas. Escucho la lluvia a través de la almohada y me hago amiga de las tormentas. Mi animal del poder es un grifo. No necesito que creas en lo mismo que yo. Amar es mi manera de resolver las cosas.

Meterte conmigo es una pérdida de tiempo. Lucía es invencible; siempre consigue lo que quiere.

martes, 11 de noviembre de 2014

Recortando coordenadas





Mi exmaridomix observa cómo la luna llena se convierte en sol mientras espera a que yo le coja el teléfono. Después me explica que vendrá a visitarme en bicicleta, por el fondo del mar. Pedaleando con botella de oxígeno esquivando a los meros, ha dicho. Entonces los arcoíris aparecen y son puertas circulares y giratorias que se abren solas. El tiempo se dobla en las servilletas de papel, y con cada pliegue surge una dimensión nueva, caleidoscópica.

Como los ejes cronológicos no son lineales, el pasado no se queda quietito en su sitio. El futuro tiene infiltraciones, y se dan los salvoconductos y los espejos.

Nos empeñamos en vivir como si existieran el orden y el desorden, arriba y abajo, derecha e izquierda. Los vivos y los muertos. La realidad y la ficción. Pero eso es sólo una manera de organizarnos, de creernos que entendemos algo, de sentirnos en control. Los locos, los niños y los extraterrestres lo saben. Y por eso los tratamos con desprecio; porque cuestionan la estructura que nos da seguridad.

Sin necesidad de definir ni de explicarme, celebro el querer ser amplia y abarcar todas las posibilidades. Perdiendo de vista los esquemas, los márgenes, el miedo. Celebro que los colores se mezclen con el entorno, como las acuarelas sobre las servilletas, 
celebro las constelaciones, las telas de araña, los mandalas, los rizomas, las redes.
Las sumas, las multiplicaciones y las potencias.

Tal vez todo dependa de la importancia que le damos a las coordenadas; si preferimos seguir las externas o si somos capaces aún de escuchar las internas.
Para sobrevivir al maravilloso caos universal, necesito estados hipnóticos largos como el letargo de los animales que invernan o que se metamorfosean en otro, y me lo permito.
Quiero desaparecerme en el calor con lentitud.
Me lo permito.